Gustavo Gutiérrez: una estrella guía de la liberación de los pobres
Jesús Ospina Salinas
Hay personas que nacen como estrellas fugaces, otras como parte de una galaxia o de una constelación. Pero otros nacen para ser estrellas que guíen el andar desorientado y solitario de los hombres y mujeres en el mundo. Como en el evangelio de Mateo (2, 1-12)[1], se precisa que los Reyes Magos fueron guiados por una estrella para viajar hasta Belén y presenciar el nacimiento de Jesús.
El sacerdote Gustavo Gutiérrez fue de estos últimos. Un hombre que se elevó por encima de sus limitaciones físicas, para convertirse en una estrella que guía el proceso de liberación para los más pobres en el firmamento de la sociedad peruana y universal. Su pensamiento, que nació de su honda sensibilidad humana, trasciende el tiempo, porque fue a la raíz y a la condición humana más profunda, la de ser solidarios con el otro, la de hacerse prójimo de los desvalidos y pobres.
Esa sensibilidad entra en contradicción nítidamente, y más hoy, con la mentalidad conservadora, individualista, egoísta, autoritaria y que rechaza a los más pobres, los discrimina, desvaloriza, porque supuestamente no aportan, y porque son desechables, como diría el Papa Francisco. Desechables porque no serían útiles, en el sentido de que, a través de no ser egoístas, no se imponen a los demás para hacer de la sociedad una jungla.
Dios en la teología de la liberación
En ese sentido, la perspectiva teológica, sentida y escrita por Gustavo, tenía que llamarse de liberación, porque su anhelo ante Dios y su pasión en la iglesia, fue retomar el mensaje de Jesús, como una liberación del egoísmo, raíz última del pecado. Es decir, el egoísmo, al separar a los hombres, al enfrentarlos y dividirlos, se convierte en la fuente del pecado, pues nuestra actitud de no ser solidarios, de no ayudar al necesitado, al desvalido, al pobre, nos separa de lo que Dios quiere, de los preceptos fundamentales que Dios nos plantea. De esta manera, nuestra actitud egoísta nos convierte en pecadores.
De allí que la propuesta teológica de Gustavo tuvo su piedra angular en la solidaridad, en la compasión, en la caridad, es decir, en la actitud que debe tener todo cristiano seguidor de Cristo, de ponerse en el lugar del otro, en especial del que sufre y es pobre. Ello, porque es un mandato de Dios. Ello obliga entonces a que tengamos que contribuir a liberar al pobre de las estructuras injustas que producen y reproducen la pobreza y la exclusión, porque Dios no quiere la pobreza, no es parte de su plan. Ella es una construcción humana, que nace justamente del egoísmo y no de la solidaridad. Es por eso que se plantea un cambio de estructuras injustas, por unas más justas y humanas. Dios nos demanda derruir la forma cómo está estructurada nuestras sociedades, cuando estas reproducen la pobreza y no promueven la igualdad y la superación de las desigualdades.
Y finalmente, la propuesta teológica de Gustavo apunta a promover procesos de liberación de todas las formas de manipulación y alienación de las personas. Y es que para crear el Reino de Dios se requiere que los hombres y mujeres sean libres y autónomos. Que no pese sobre ellos, el gravamen de las condiciones de dominación, subordinación, exclusión, colonialidad. Que no tengan temor de ejercer sus derechos y sentirse dueños de la construcción de su destino.
Así, desde la perspectiva de la teología de la liberación, la emancipación no sólo es social, sino también personal y en el fondo espiritual, pues nos plantea que debemos acoger el don del Reino de Dios y su justicia, para tener soberanía sobre el egoísmo, fuente última de las divisiones humanas. Ello porque Dios y sus mandatos son las piedras angulares de Teología de la Liberación.
Por eso queda claro que Gustavo fue un sacerdote cercano a Dios, porque caminó orientado por sus mandamientos. En especial, asumió la perspectiva de Jesús, que el ser humano nace libre, para ser libre. Y que esa libertad viene de Dios, por la semejanza con él. Y es desde esa libertad que se asume un compromiso de amor a los pobres, como el que asumió Gustavo con alegría y terquedad. De allí su legado. Fue una opción de vida, una dedicación de toda su vida. No fue una obligación, sino un deseo, una aspiración, una entrega. Esa libertad, lo llevó a servir a Dios y a los pobres. A los pobres a través de Dios, y a Dios a través de los pobres.
Praxis liberadora de Jesús
El pensamiento de Gustavo se nutre entonces de lo más humano, porque se alimenta de Dios, y específicamente de la vida y praxis de Jesús. Por eso, como Jesús, fue un militante, un partícipe, un crítico contra la opresión y pobreza, por injusta e inhumana, es decir, contraria a Dios, en la que viven millones en el mundo. Combatió desde su teología a la deshumanización que conlleva la pobreza, o como él lo dijera, de la muerte prematura de los pobres a través de la injusta miseria a la que son condenados.
Y para entender la praxis liberadora de Jesús, Gustavo se nutrió de lo más excelso, de lo más alto y de lo más profundo del pensamiento teológico, filosófico, ético, entre otros, del mundo contemporáneo. Su teología, al entrar en diálogo con el pensamiento de su época, entró en diálogo con la condición humana, desde diversas disciplinas y saberes. Condición humana al final, entendida como una revelación de Dios en la historia. Entonces, comprender esa condición humana a través de las ciencias sociales, entre otras, era entender la presencia y acción de Dios en el mundo. Esa fue la visión de Vaticano II, Concilio en el que él participó y aportó.
Y es que, históricamente, lo central del mensaje evangélico, el amor a Dios y al prójimo como a sí mismo, se quedó, centralmente, sólo en amor a Dios. Teología de la liberación aportó una propuesta y un método para recuperar hoy el segundo precepto, amar al prójimo, manteniendo la hondura y ternura del primero. Y es que, en el avance del cristianismo en dos mil años, la presencia del poder político y económico contingente, relegó la solidaridad entre los seres humanos, a un plano personal, individual, discrecional. Fray Bartolomé de las Casas se libró de ello, pero no así miles de cristianos y sacerdotes en el mundo.
Por eso que, impulsados por Vaticano II, la iglesia católica se abrió a un diálogo fecundo con la sociedad. Teología de la liberación es un producto de ello, quizá la mejor propuesta teológica que se derivó de ese Concilio. Y es que la apertura al mundo que planteó el Papa de Juan XXIII, la canalizó acertadamente la teología de la liberación. Porque al final, esta teología es sostenida por las promesas del nuevo pacto entre Dios y la humanidad toda, abierto por Jesús, en especial a los millones de pobres.
Opción preferencial por los pobres
Y esta promesa establecida por Jesús es la de la compasión con los demás, en especial con los que más sufren, los pobres. Su atención es preferencial, no exclusiva, dicen los teólogos de la liberación, porque el amor de Dios es universal ya que todos son hijos e hijas de Dios. Los evangelios son en ese sentido muy evidentes y claros, como en Lucas 10, la parábola llamada del buen samaritano. O en el evangelio de Mateo, capítulo 25, la parábola conocida como la del juicio final.
Estas y otras parábolas están destinadas a toda la humanidad sin distinción, y buscan hacer de la persona un ser humano íntegro, total, absoluto. Humaniza al ser humano, pues si bien nacemos seres humanos, no es sino a través de la solidaridad y amor al prójimo que nos humanizamos, es decir, nos convertimos en seres para otros seres y no sólo en seres egoístas para uno mismo. La distinción entre ser un ser humano para sí y un ser humano para los demás, es lo que nos separa de nacer humanos, o de ser personas humanizadas, hechas para el mundo[2].
Por eso, dirá Gustavo, que la pobreza es antievangélica, no se sostiene en la práctica de Jesús, quien dio su vida atendiendo a los pobres, acompañando su sufrimiento, solidarizándose con ellos y animando a la fraternidad con ellos. Es decir, la práctica de Jesús se planteó humanizar a la humanidad. Así, una cosa es nacer como un ser humano y otra ser humanizado para servir al prójimo. Justamente, la promoción de estructuras injustas, de alienación, llevan a la deshumanización de las personas. Un ser humano contemporáneo, puede ser contrario a los procesos de liberación, y más bien promover procesos de opresión, siendo así un ser deshumanizado.
Es por ello que la praxis cristiana tiende justamente a la liberación del egoísmo, raíz última del pecado, y por tanto a la creación de mejores condiciones para acoger el don del Reino de Dios, y hacernos humanos divinizados, es decir, plenamente humanos. Pues, instaurar el Reino de Dios supone crear condiciones en la sociedad y el Estado, como la institucionalización de estructuras sociales, políticas, económicas, culturales, etc., justas, solidarias, igualitarias, libres. No se puede acoger en nuestra vida el don del Reino y crear situaciones de injusticia con las demás personas. Es una contradicción que no se sostiene. Si amo a Dios y creo en el Reino de Dios, debo practicar la justicia a los demás. Tratar a los demás como a uno mismo. Así se crean estructuras sociales justas, que humanizan al ser humano y permiten construir el Reino de Dios.
El Reino de Dios, es la liberación plena del egoísmo, la emancipación de crear riqueza generando pobreza. Explotando al más débil y pobre. No puedo pensar sólo en mí, sino debo ponerme en el lugar del otro, especialmente del que más sufre. Creer en Dios y su Reino de justicio, es creer que mi salvación pasa por cómo contribuyo a la liberación del sufrimiento del otro, especialmente del pobre. La erradicación de la pobreza está atada a mi salvación.
Pero también debo liberarme de ataduras sicológicas, culturales, sociales, de dominación y subordinación. Debo elevarme y asumir una posición propia y libre de mi ubicación y posición en el mundo. Y desde esa libertad de pensamiento y acción asumir la perspectiva de Dios, si quiero ser un discípulo de Jesús, es decir ponerme al servicio del prójimo, preferencialmente del pobre, que es el que más sufre. Acabar con el racismo interiorizado, la discriminación normalizada, la exclusión galopante, es acoger el don del Reino de Dios.
Y como apuntaba Gustavo, además, se debe trabajar para suprimir, cambiar, transformar las estructuras injustas que producen más pobreza. Estructuras que generan ricos cada vez más ricos, a costa de pobres cada vez más pobres, como diría el Papa Juan Pablo II. Y es esta propuesta de teología de la liberación la que fue más cuestionada. Basándose en análisis de las ciencias sociales, Gustavo sostenía que las desigualdades sociales son estructuralmente procesos que permiten que los pobres no puedan salir de la pobreza. Como decía, hay que ser radicales, es decir, ir a la raíz de la causa de la pobreza.
Y un cristiano, seguidor de Jesús no puede ser un espectador, un neutral, un indiferente a esas estructuras de desigualdad. Si la distribución de la riqueza no contempla criterios de equidad y de cierre de brechas, no son políticas que contribuyan a sacar de la pobreza a millones de personas, más allá de crecimientos económicos que tienden a beneficiar a los más protegidos y ricos. Seguiremos.
Notas:
[1] Mateo 2: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, 2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle “, “9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. 10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.” (resaltado mío)
[2] Reflexiones sobre la humanización, son tributarias de ideas de Alejandro Cussianovich sobre la actitud humana y humanizadora que se debe tener con la infancia, a la cual muchas veces se les deshumaniza cuando no se les considera personas pensantes y actuantes, sino meras marionetas de los adultos.