Musealizar la experiencia de la guerra para el reconocimiento. A propósito de ANFASEP, Perú
FLACSO / CDDA – CPAP
Hoy 16 de octubre se cumple 19 años el Museo de la memoria “Para que no se repita” de ANFASEP, creado el 2005. Casi dos décadas de labor pedagógica en clave de respeto de derechos humanos, acceso a justicia y memoria responsable sobre el Conflicto Armado Interno (1980-2000). El museo como un campo de poder es un camino de análisis no solamente por poseer un capital simbólico sino por su capacidad de consagración y reconocimiento. Desde la acción disposicional son potencialidades inscritas en el cuerpo de quienes van al museo, así como en las estructuras de las situaciones donde actúan. En esa línea se reflexiona en torno al museo de la memoria de ANFASEP como una alternativa que subvierte la naturaleza de los museos, incorporando nuevas narrativas. Se problematiza sobre ¿cómo construir un espacio que dignifique a las víctimas con contenidos de reconocimiento y reparación a sabiendas de que los museos responden a estructuras objetivas y estructuras incorporadas?
Las historias grandilocuentes sobre el pasado histórico, las gestas libertarias y la construcción de una sociedad con nación llena de cultura, han sido los contenidos constantes dentro de la representación museográfica. Así, los museos actúan como dispositivos disciplinarios de poder, eminentemente pedagógicos, que enaltecen los principios del Estado nación. Estas están engranadas a una matriz colonial que reproduce dentro de sus narrativas visuales y escritas el proyecto civilizatorio nacional. Los acontecimientos de guerra ocupan un lugar privilegiado tanto en los museos como en los espacios públicos a través del despliegue de monumentos a precursores de la independencia del Perú (1824), así como a los héroes de la guerra con Chile (1879-1883). En ellas, se muestra la existencia de una política de representación y un capital simbólico de los ideales del sujeto nacional excluyendo de sus contenidos a mujeres y hombres indígenas. La colonialidad del poder genera la construcción del enemigo en términos de raza, clase y nivel de saber en torno a la modernidad. Es decir, la memoria heróica se impone, más aún, a pesar de haber perdido la guerra con Chile, es la valentía y el coraje que surgen como valores nacionales que tienen la capacidad de reconstruir el Estado desde el despliegue de políticas de progreso/desarrollo.
Empero, cuando el Estado es el perpetrador y el enemigo es construido por criterios racistas resulta desafiante al mismo orden establecido, un contrapoder fundado en el biopoder del testimonio; porque tener un museo con carácter de memoria reflexiva cuestiona la misma estructura desigual de la composición de las instituciones fundantes.
El Conflicto Armado Interno (1980-2000) fue un periodo de violencia protagonizado por las fuerzas armadas y los grupos alzados en armas (Partido Comunista Peruano Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), que tuvo un saldo de más de 69 mil víctimas, siendo el 85% de las regiones más pobres del Perú y el 75% tenía como un idioma distinto al castellano, de acuerdo al Informe Final de la Comisión de la verdad y Reconciliación (2004). Entonces, ¿Cómo construir un espacio que dignifique a las víctimas con contenidos de reconocimiento y reparación a sabiendas que los museos responden a los ideales de la nación? Esta interrogante ha generado una lucha por la memoria en el Perú de la posguerra debido a que se prioriza la ciudadanía vinculada al emprendimiento económico y se libre de sus traumas de guerra.
Una de las primeras iniciativas que rebate la naturaleza epistémica del museo en generar conciencia ciudadana nacional, es el Museo “Para que no se repita” de la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP) creada el 15 de octubre de 2005 con el apoyo de instituciones internacionales como de Organizaciones No Gubernamentales. El museo de ANFASEP rompe la discontinuidad de la representación del sujeto indígena en el imaginario nacional concebida como pasivo, degradado por la violencia colonial y carente de producir agencia política; sino que reescribe historias de la experiencia del terror de la guerra como una forma alternativa de cuestionar las verdades fundadas de la historia oficial evidenciando el estado de excepción. ANFASEP es una organización emblemática creada el 02 de setiembre de 1983 que agrupaba a mujeres quechuas que habían sufrido experiencias de desaparición forzada de sus familiares en Ayacucho; razón por la que se agrupan desde el dolor para convertirlo en el ejercicio de su ciudadanía negada. Las denuncias y el reconocimiento de las violaciones a los derechos humanos posibilitó su trayectoria de ANFASEP llegando a realizar prácticas de cuidado, de lucha por la verdad e incidencia en el acceso a la justicia y las reparaciones.
El vocablo yuyanapaq (para recordar) se convierte en un mandato moral afectivo que posee no solo el reconocimiento de ser víctimas sino que trasciende a principios de humanizar la experiencia de guerra, interpelar al otro ciudadano no sufriente/desconocedor y promover una consciencia crítica del ejercicio de la memoria. El museo articula una diversidad de testimonios de vida sobre la experiencia de incertidumbre del desaparecido, la tortura, el estigma, discriminación y lo indecible. Frente a la incapacidad de nombrar la experiencia de la violencia sexual y la tortura, el arte detenta la capacidad comunicativa de lo indecible mediante artefactos culturales como el retablo de la memoria, la cerámica y esculturas del proceso de duelo. En paralelo, grafica una diversidad de memorias individuales materializadas en objetos del sujeto ausente/presente como prendas y fotografías; y objetos dotados de significado comunitario de lucha organizacional como la cruz “no matarás” y la banderola institucional. Rostros y voces de mujeres quechuas circulan el espacio del museo con testimonios de dolor, en formato de una memoria literal, se entroncan con la capacidad de resignificar el horror para visibilizarse y reconocerse como ciudadanas que muestran una diversidad de memorias subalternizadas con el sello institucional de defensoras de derechos humanos en marco de una memoria ejemplar.
Los contenidos de memoria reposan en las experiencias límite y tienen una potencialidad de denuncia y visibilidad del dolor. El museo está interconectado con dos espacios públicos como el santuario de la memoria y el parque de la memoria, espacios que son pensados para el encuentro ritual con los desaparecidos, así como lugares de reflexión y procesamiento de las imágenes potentes. Una memoria viva que actualiza sus contenidos según el contexto, una memoria testigo que invoca a la necesidad de refundar el Estado nación.
Aunque, el contexto político peruano ha exacerbado el uso instrumental de la memoria para terruquear las iniciativas colectivas de memoria, cuestionar la razón de la pedagogía de la memoria desde una institución estatal, el Lugar de la Memoria, e imponer una narrativa oficial negacionista. ANFASEP muestra posibilidades de enfrentar dichas presiones políticas. Musealizar el testimonio de la experiencia del horror es una apuesta decolonial porque rebate la formación del sujeto nacional, pone en tapete las profundas desigualdades sociales y se visibiliza memorias en plural del ejercicio de la ciudadanía mediante el reconocimiento como víctimas para resignificarla de agencia y cuidado comunitario entre los sobrevivientes y las almas de los desaparecidos. Es decir, existe una política de cuidado de materializar al desaparecido en el lugar de horror donde se cremaron cadáveres, La Hoyada; para dar paso a interrogar al pasado violento mediante la construcción de un museo “La Hoyada, santuario de la memoria”[1].
Sin duda, ANFASEP sigue marcando trayectoria en torno a pedagogía sobre memoria responsable del pasado violento, insistiendo en la importancia de la democracia, acceso a la justicia, la verdad y la lucha por una sociedad igualitaria.
[1] El 2005 el Ministerio Público inició las exhumaciones de restos correspondientes a 109 cuerpos. Desde esa fecha, ANFASEP gestionó el lugar testigo como un lugar de descanso de los cuerpos no identificados desde el 2007, materializándose en el proyecto de construcción de La Hoyada, santuario de la memoria por el Gobierno Regional de Ayacucho el 2022.